En el bosque vivía una niña muy bella, era tan linda que al costado de su rostro caían sus rizos dorados, estos eran tan dorados que la madre le puso el apodo de ricitos de oro. La niña no tenía para nada buenos modales, pero una tarde en el bosque le enseñarían todo aquello que hasta el momento no prestaba importancia.
Ricitos de oro no tardó ni un minuto en pensar que tenía hambre frente a tanta comida y quiso sentarse a comer, sin pensar que podía ser de otra persona la comida que allí estaba servida. La niña se sentó frente a un enorme plato y en una enorme silla, pero era tan grande que al intentar probar la sopa se cayó rompiéndola. Luego se pasó al plato de al lado que tenía sopa también, la probó y estaba tan picante que no le gustó para nada, no siguió comiéndola y se pasó al plato pequeño que estaba junto a estos primeros platos. Cuando probó esta sopa estaba perfecta y se la comió toda.
Con la panza llena, a Ricitos de oro le dio sueño, siempre tenía la costumbre de dormir una siesta luego de una comida tan rica. Se acostó en una cama, pero le parecía muy dura y enorme, la siguiente le parecía demasiado blanda y no le gustaba tampoco. Por último, la niña se acostó en la cama pequeña y era tan cómoda como la de su casa, tanto así que se quedó dormida. Ricitos de oro saltó de la cama de un susto enorme cuando escuchó que se abrió la puerta y empezaron a sentirse los pasos que retumbaban de los osos al entrar en su adorada cabaña. Salió corriendo por la ventana para que no la vean y los osos estaban furiosos al ver que alguien había usado sus cosas. Nunca más volvió a tocar Ricitos de oro las cosas de los demás sin permiso, uno nunca sabe cuándo estas le pueden pertenecer a una familia de osos.
Fin del cuento de ricitos de oro